Dorys Rueda

 

Había algo mágico en la forma en que mi amiga manejaba los naipes.  No se trataba de trucos de prestidigitación ni de asombrosas acrobacias con cartas al estilo de un mago de Las Vegas. Era algo mucho más excéntrico: ella afirmaba tener el poder de prever el futuro a través de la baraja que siempre llevaba en su cartera.

En el caótico mundo de la oficina, éramos todas mujeres y desde que mi amiga empezó a leernos las cartas, a nadie le interesaba qué habría de almuerzo al mediodía. Eso era una nimiedad, lo importante era descubrir qué nos depararía el destino.

Como polillas atraídas por la llama de una vela, nos agrupábamos a su alrededor. Ella iniciaba su ritual de lectura y su rostro se volvía un mapa detallado de emociones y ya no era la misma. Sus cejas se arqueaban como signo de concentración sobrenatural y entrecerraba los ojos para visualizar, me imagino, el futuro lejano que solo ella conocía. De vez en cuando murmuraba ciertas palabras que nadie entendía mientras barajaba las cartas. Era, sin lugar a duda, la sacerdotisa de la oficina.

Nosotras, las espectadoras cautivas de este espectáculo místico, pasábamos de la curiosidad a la fascinación en cuestión de segundos. Pero yo, un poco más escéptica, cada vez que mi amiga desplegaba sus naipes como páginas de un libro sagrado, estaba más convencida que sus predicciones eran producto de su imaginación más que de un don divino.  Pocas nos tomábamos estos encuentros con humor, mientras que aquellas que sufrían de "mal de amores", se sumían en una mezcla de esperanza y ansiedad.

Con el tiempo, estas sesiones de adivinación dejaron de ser una novedad para mí y me resultaban insufribles. Ya nadie salía a comer. Entonces pensé en algún plan para desacreditar la cartomancia de mi amiga con una lectura falsa.   Decidí hablar con ella para que dejara a un lado sus habilidades de prestidigitadora. Si ella desistía, también lo harían el resto de compañeras.

Le dije que yo sabía leer las cartas y que podía ir el fin de semana a su casa para adivinarle el futuro. El rostro de mi amiga se iluminó y se puso inmensamente feliz.  Me rogó que la atendiera ese mismo día, a la hora del almuerzo.  Le respondí que el lugar de trabajo no era el mejor ambiente, porque había distracciones y eso podía afectar a la lectura. Necesitaba un lugar donde no hubiera estrés y preocupación, donde circulara la energía positiva. Me comprometí en ir y me despedí reiterándole lo acertada que era con la baraja. Sin embargo, una sombra de duda se asomó. ¿Y si mi amiga descubría mi farsa? Ante esta idea, empecé a investigar sobre el tema para no quedar tan mal. Por ejemplo, qué tipo de cartas se usaban (inglesas, española, francesas, el tarot), cómo se barajaban y cómo era el ritual de la lectura.

Cuando llegué a la casa de mi amiga, le pedí que me prestara su baraja, porque había olvidado la mía. Empecé la sesión mezclando las cartas durante siete veces, porque así había leído que debía hacerse. Luego, puse las cartas boca abajo y le dije: “Si quieres una buena lectura, debes ahora tú barajar los naipes”. Empecé con el pasado, luego fui al presente y terminé con el futuro. Todas las predicciones fueron fruto de mi imaginación, en base a generalizaciones:” Has sufrido mucho”, “tienes un admirador secreto”, “vas a tener una sorpresa muy pronto”, “encontrarás el amor en el lugar menos pensado”, “conseguirás un trabajo mejor”… 

Cuando terminé la lectura, mi amiga estaba muy contenta y yo pensé que era el momento más adecuado para revelarle el plan que había urdido, por qué lo hice y qué buscaba como lectora de naipes improvisada. Justo en ese momento el padre de mi amiga hizo su entrada triunfal al lugar de la sesión. Se sentó junto a nosotras y me pidió que le leyera la baraja y aunque me excusé, no hubo manera de negarme.

Sorprendida y aterrorizada, empecé a mezclar la baraja. No tenía la menor idea de cómo saldría de semejante situación. Mi pulso se aceleró y empecé a sofocarme, temía que descubriera mi farsa cartomántica. Respiré hondamente y empecé el ritual con el nuevo “cliente”. Mientras barajaba las cartas, miré de reojo al caballero. Tenía toda la pinta de mujeriego, de don Juan. Entonces por allí me fui. Le leí el pasado con un toque de drama shakesperiano, haciendo referencia a sus amores secretos y a sus desventuras románticas, mientras él asentía con una mirada entretenida.  Cuando inicié con el presente,  le solté la perla: había otra mujer en su vida, pero ese romance no iba a terminar bien, por lo que debía reconquistar a su esposa para asegurar la felicidad matrimonial. Sus ojos centellearon y soltó una risa contagiosa que resonó en la habitación. Me dijo: “Veo que usted tiene habilidad con la baraja”. 

 

 

 

 

Tomado del libro
"Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo", tomo 2.
 
 
Portada: https://www.pinterest.es/pin/710442909991468622/

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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