El ANTES Y EL DESPUÉS

DE LA CHANCLETA A LA DEMANDA

Parte 1

 
 

Ramiro Velasco D.

 

En conversación de amigos se dice siempre “recordar es volver a vivir” y es cierto pues cuando compartimos los recuerdos algo en nosotros se despierta y nos lleva de la mano a ese mundo en que la vida y la cotidianidad nos atrapaba de tal forma que pensamos, en algún momento, no poder salir de ella.   Sin pecar de chauvinista, sin querer exceder en la apreciación de nuestro caminar, sin el afán de preponderar nuestro sano orgullo, creo que se me hace necesario desandar el camino y proponer un relato, posiblemente extenso, de la rica experiencia de nuestra generación ya en la niñez ya en la adolescencia, pero siempre en su relación intensa e inolvidable.

Quienes nacimos en las décadas de los 30, 40 o 50, o un poco más acá del siglo pasado, hemos tenido la inmensa suerte, de vivir un antes y un después de muchísimas cosas y acontecimientos que vale la pena evidenciarlos y ponerlos en el hermoso mundo de los recuerdos.

No muchas personas han tenido la experiencia de vivir un cambio de siglo. Lo han experimentado aquellos que nacieron en las últimas décadas de las centurias porque los que nacieron a comienzos difícilmente podrían haber vivido lo suficiente para alcanzar a llegar al nuevo siglo. Pero nosotros hemos sido afortunados por cuanto no solamente hemos experimentado el cambio de centuria, sino que además hemos vivido el cambio de milenio. Si tomamos en cuenta el conteo de los años a partir de Cristo, la humanidad únicamente ha experimentado dos cambios de milenio: el del 999 al 1000 y el del 1999 al 2000. Nosotros somos de los poquísimos que hemos alcanzado este privilegio que trajo tanta expectativa en el mundo debido a la presencia de las sofisticadas computadoras y otros aparatos electrónicos cuyo funcionamiento se presumía iban a traer consecuencias catastróficas por el diseño del conteo que iba a coincidir con los dígitos 0000 que suponía una anulación total de los sistemas programados. En el cambio de milenio no pasó absolutamente nada y la catástrofe anunciada no fue sino un negocio de las grandes empresas para apropiarse de millones y millones de dólares vendiendo sus programas especiales que anularían las “pretendidas” consecuencias nefastas del acontecimiento que se preveía. De esa expectativa tan grande sólo nos quedó el tiempo para saber del negocio ejecutado. Otro elemento que hasta tuvo tiempo para fascinarnos fueron las profecías de toda índole que se tejían inventadas a propósito del cambio de milenio, profecías atribuidas a Notre Damus, a los Mayas y a un celemín de agoreros de la destrucción y de la muerte. Allí estuvo también el invento de los católicos que profetizaban que Cristo en algún pasaje de su vida alzó hacia el cielo su mano derecha con los dos dedos en señal de victoria y que los creyentes de esa religión lo atribuían el anuncio del fin de la vida en el comienzo del tercer milenio de nuestra era.  A nosotros nos quedó la enorme satisfacción de pasar al siglo 21 y al nuevo milenio., sin que sucediera ninguna catástrofe.

En virtud de la visión de los seres humanos, fue el gran acontecimiento; y, en aras del tiempo real, del tiempo-tiempo, solamente fue otro día, otra hora, otro minuto, otro segundo más de la simple existencia. Vale la pena señalar que en el tiempo de los hombres el cambio de milenio constituyó un paso fundamental al comprobar que las predicciones de muchas sectas, de muchos adivinos y de muchas premoniciones que anunciaban el fin del mundo no se cumplieron, lo que trajo como consecuencia la alegría de seguir disfrutando de la vida. Sin pecar de redundante afirmo que hemos sido privilegiados por este acontecimiento.

También hemos sido favorecidos al experimentar los grandes cambios alcanzados en la ciencia y en el desarrollo tecnológico. Hemos asistido y seguimos asistiendo a los logros de la humanidad en los últimos cincuenta años y que, comparativamente, son los avances conseguidos en forma más rápida que “todo” lo desarrollado por la humanidad a lo largo su historia. En avances científicos y tecnológicos vivimos en forma acelerada, pues los inventos y los adelantos que la humanidad presenta a diario son tan gigantescos que no tenemos el tiempo suficiente para procesarlos, digerirlos y asimilarlos. Nuestra generación tiene todavía en nuestro intelecto y en nuestro corazón, la capacidad de sorprendernos, admirarnos y maravillarnos. Lo que acabo de señalar no es patrimonio de las nuevas generaciones, ellas ya nacieron y viven en medio del desarrollo y todo lo que sucede lo aceptan con total naturalidad, para ellos ya no hay sorpresas sino únicamente averiguar que otra novedad les trae la tecnología y hacer lo posible por adquirirla para su uso y su beneficio. Las nuevas generaciones perdieron el gusto de la sorpresa, de la novedad y del asombro. Para nosotros eso es un remanente a favor.

Mi generación comenzó sorprendiéndose con el uso del telégrafo que utilizaba clave morse para a través de puntos y rayas (mediante golpecitos en una pequeña máquina o prendiendo y apagando linternas) formar las palabras y enviar los mensajes a través de las distancias. Nuestra forma urgente de comunicación fue a través de los telegramas que eran mensajes transmitidos vía telégrafo y que, casi siempre, su llegada era sinónimo de alguna lejana desgracia porque de lo contrario no era necesario enviarlos y suficiente era escribir una carta y hacer uso del correo nacional que se encargaba de llevar y traer las misivas las mismas que, en muchos casos llegaban tardíamente o a lo mejor nunca llegaban. Somos de esa curiosa generación que a diario asistíamos a la oficina del “correo” a leer las listas de los destinatarios que se publicaban en las paredes de dicha oficina, aunque sabíamos que nadie nos escribiría, pero asistíamos porque ello nos daba “caché” y porque en nuestro fuero interno presentíamos que algún día alguien lo haría, decíamos. Con el paso del tiempo sí enviábamos o recibíamos las cartas tan ansiadas eran las cartas de amor cuando nos tocó alejarnos de nuestras enamoradas, de nuestras novias, de nuestras mujeres amadas. Luego de un tiempo del buen uso del correo, apareció el correo aéreo que tenía el distintivo de usar sobres cuyos bordes tenían los colores rojo y azul y el logotipo de un avión que nos invitaba a soñar en “volar, volar muy lejos, vivir lo nuestro sin que nadie nos obstruya el pensamiento”, como dice la canción. Escribir cartas era lo más bonito, el gran motivante, pero también constituía un reto porque debíamos contar con la inspiración y la habilidad necesaria para que las cartas de amor traduzcan nuestros sentimientos sin llegar a la cursilería; que las palabras lleguen al corazón de la persona querida y que ella reconozca que lo escrito es el fiel reflejo de los sentimientos. Escribir cartas dio origen a un género literario que tuvo un gran peso en la vida de la humanidad, fue el género epistolar cultivado por verdaderos artistas de las letras y que constituyeron la razón de envidias e inspiraciones. Ahora se escribe por Facebook, whatsApp o por cualquier otra forma que la tecnología nos ofrece. Todo es inmediato, no se retrasa ni se pierde en el camino. El escribir cartas también dio origen a una profesión que se cultivó por mucho tiempo, pues había personas que vivían de ello y se las encontraba en lugares públicos dedicadas a ese hermoso oficio y un gran rótulo que decía “SE ESCRIBE CARTAS”.  Esa era la solución al alcance de muchísima gente que no aprendió ni a leer ni a escribir. La clientela estuvo en relación directa con la facilidad del escribiente de interpretar y traducir a palabras los sentimientos de los interesados.

Vivimos también la magia del teléfono que comenzó siendo a manivela, con dos cornetas, la una para hablar y la otra para escuchar acercándolo al oído. La tecnología se desarrolló y aparecieron los teléfonos de discado redondo con una rueda perforada frente a cada número que permitía el marcado respectivo. Eran teléfonos fijos cuyo uso estaba limitado hasta donde se extendía el cable que era parte del dispositivo. Para evitar el abuso en su utilización se incorporó un candado que se colocaba entre los orificios del discado lo que impedía realizar el marcado de los números indispensables. Solicitar el uso del aparato en alguna casa u oficina se lo hacía pidiendo con comedimiento la “llave” del teléfono. Los teléfonos de discado fueron potestad de algunas casas pues no todos los hogares disponían de los recursos para adquirirlos y para pagar el consumo mensual, por eso el robo de llamadas era lo usual y lo corriente para llamar especialmente a alguna enamorada o pretendida cuando en su casa contaban con un teléfono.

¡Novedad!, aparecieron los teléfonos inalámbricos con los cuales ya se podía hablar separándose de la centralita. Luego llegaron, con mucha expectativa, los teléfonos móviles, los mismos que en un comienzo eran unos verdaderos ladrillos, tanto por lo grande como por lo pesados que eran, para terminar con unos teléfonos móviles pequeños, minúsculos, inclusive del tamaño de relojes de muñeca y con unas funciones verdaderamente increíbles. En mi juventud me imaginaba que alguna vez se debería tener unos teléfonos que permitan hablar y a la vez mirar, al otro lado de la línea, a la persona con la que se estaba hablando. Con el tiempo ese sueño se hizo realidad más allá de toda mi imaginación. Los modelos antiguos, pero con tecnología moderna pasaron a dar estatus a las personas que los ostentaban. Eran una reliquia en su forma y una ventura en su utilidad.

Inicio así este recorrido de recuerdos que al contarlos se vuelven tangibles y permanentes en el tiempo y en la vida misma.

 

 

Washington Ramiro Velasco Dávila

Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad “Físico Matemático” por la Universidad Central del Ecuador.

Profesor de la Universidad Católica Sede en Ibarra,  de la Universidad Técnica del Norte y  de la Universidad de Otavalo

Miembro de  C.E.C.I. (Centro de Ediciones Culturales de Imbabura,  Director Ejecutivo del Movimiento Cultural “La Hormiga”.

Publicaciones:  Los Avisos y otras Narraciones. (Cuentos), La Pisada (cuentos), · Otavaleñidades. (Ensayos) y El Chaquiñán (Novela)

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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