Nancy Carillo
Quito, octubre de 2023

 

Mi madre, las tías y las empleadas, saturaron mi imaginación con cuentos de brujas, aparecidos y duendes durante toda mi niñez. Los hermanos, los primos y los inquilinos no sabíamos entonces, que ese miedo intenso correspondía a la adrenalina, la hormona que casi se agota en esos días. Sufríamos al máximo ante un mundo extraño, feo y malo por supuesto, destinado a los niños que no se portaban bien, desobedecían, no estudiaban y esencialmente no rezaban.

Algunos cuentos eran realmente espantosos, con diablos y almas en pena, que no nos permitían vivir con tranquilidad, bajo pena de encontrarlos por ahí en algún momento, especialmente si habíamos fallado en el cumplimiento de nuestras obligaciones o albergábamos algún mal sentimiento. Es más, los primos mayores se encargaban de asustarnos especialmente en las noches de luna llena y cuando se iba la luz, en esa época no existían las hidroeléctricas, o yo no las había escuchado, tampoco se hablaba de transformadores que previnieran los cortes de luz.

Mi fama de niña aplicada nació en la escuela, mis notas eran excelentes con el total beneplácito de mis padres que, desde entonces, muy desatinadamente me pusieron de ejemplo de los hermanos más pequeños, los amigos y hasta los vecinos. Aprendí desde entonces que permanecer en el pedestal de la fama tenía sus renuncias y, cuando el tiempo no me permitía terminar las tareas en la tarde, pedía a mi madre que me despertara en la madrugada, así fresca y en absoluto silencio repasaba mis lecciones.

Una madrugada, en tiempo de exámenes, pedí a mi madre despertarme a las cinco, pero ella no sé si por equivocación o porque creía que dos horas no eran suficientes me despertó a las tres.

Con el sueño titilando en mis pestañas, tomé un chal, el libro, una regla, la pluma y un cuaderno, me dirigí al comedor, un lugar espacioso, con una pared entera de vidrio, una mampara, con maceteros de hermosas orquídeas y una buganvilla enorme que rodeaba una esquina y subía al tumbado.

No había caminado cuatro pasos cuando vi en el vidrio una sombra con una cabellera horrorosa de reflejos rojos, arrastrando una tela, con una pluma en la oreja y con algo en la mano que parecía un cuchillo, no grité porque el susto me quitó el habla, a medida que caminaba la sombra me seguía, el pelo alborotado me impedía verle la cara y no quería hacerlo porque estaba horrorizada. Me senté en la primera silla y la sombra igualmente se sentó, para esto ya el corazón me latía a cien por hora.

Esperé unos momentos, cerré los ojos y empecé a rezar sin concluir ninguna oración, quise pararme para volver a mi cuarto y me caí de la silla, desbaraté un macetero y entonces pude ver cara a cara al famoso fantasma. Era yo asustada y despeinada, con una rodilla sangrante, el cuaderno sucio y la regla que aún la sostenía.

 Sentí una mano en mi hombro y otra vez el alma al cielo, casi muero, pero escuché la dulce voz de mi madre que me decía, qué pena te asusté; se había despertado con el ruido y acudía a ver qué pasaba.

No le conté este episodio para que no supiera todos los sacrificios que una pobre niña hacía para no defraudarle y para no perder la fama ganada a puro estudio y cumplimiento.

 

Nancy Carillo

Es licenciada en Lingüística Hispánica (Universidad Complutense de Madrid), Doctora en Administración Educativa (Pontificia Universidad Católica del Ecuador), Doctora en Estudios de la cultura con especialidad en Literatura Hispanoamericana (Universidad Andina Simón Bolívar) y ha cursado estudios de Comunicación en el Instituto ILCE, México.

Por muchos años fue coordinadora IB del Programa del Diploma en los colegios: Letort y Academia Victoria. 

Es autora de libros de Lenguaje y Comunicación.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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