Éramos tan perfectamente inalterables
inevitablemente honestos uno a uno
tan humanamente inseparables
que era como si nos hubieran modelado con el mismo barro.
Éramos tan luminosamente estrictos
que amábamos los mismos gestos
los mismos iconos
y la absoluta perfección de la tallada piedra.
Éramos tan paradójicamente exactos
que se gastaban nuestras lenguas al filo de las madrugadas
hablando de los mismos dioses y discursos
que si Copérnico, Fidel, la metafísica
y nos amábamos sin señas
sin santos o blandones.
Éramos tan copiosamente imberbes
que gozábamos los mismos desatinos
y a la hora del encuentro
conocíamos el exacto rincón de las caricias
y el punto G
de lo que eleva ante el gozo del éxtasis humano.
Sabíamos de todo contra todos
y discutíamos espalda contra espalda
como endemoniados disidentes
ubicando la postura necesaria para ganar las guerras
siempre juntos
siempre uno
siempre aliados codo a codo
en la cubierta del hogar y sus marismas.
Éramos tan cercanos y perfectos
que abreviamos un detalle
amarnos
en las mismas diferencias.
(de De Cara al fuego)
Siomara España Muñoz, 1976
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