Por:  Augusto César Saltos

 

Ya se había dicho. Se venía diciendo. Se murmuraba por doquiera. No era cosa nueva: había salido ya de los confines de la provincia; Si no llegó fuera de las fronteras de la patria, se debe a que no había llegado a escribir en alguna revista, libro o periódico, esto que estaba constituyendo un escándalo sin nombre en donde se sabía. Llegó a extremarse tanto el escándalo que los que veían o encontraban en la calle, se santiguaban al punto y escupían tres veces en el suelo. Los padres de familia prohibieron a sus hijos pasar por la casa en que vivía la pareja; pero ni un saludo, peor que se llegue por dicha casa. Sin embargo, la pareja de hermanos iba a misa, hacía las fiestas mandadas por la Iglesia. Fiestas suntuosas en que se derrochaba mucho dinero en bebidas, comida y más diversiones. Eso sí, gente noble y rica como ellos. Invitaban al cura, el cura iba; invitaban a la beata, la beata iba. "Pero, ¿qué es lo que pasa con esta sociedad que no importa la mala fama de que goza esta pareja, el escándalo que causa de tenerla alarmada, siempre está con ella?", Se interrogaba el pueblo, ese bajo pueblo que permanece aislado de todo lo que hace a la gente seleccionada y que no murmura… Veían entrar y salir en aquella casa; la pareja ir a donde se la invitaba. Unos pocos de esos pueblerinos que oyen misa a las cinco, comulgan todos los días, pagan diezmos y primicias, ayunan a pan ya taza de agua todos los viernes de Cuaresma y quieren comerse vivos a los ateos estaban tentados a llevar la especie al señor cura .

Que se murmuraba mal de su sagrada persona, la que, por lo mismo que era la encargada de predicar el bien, debe negarse a ir por esa casa. Pero temían les acuse de lenguaraces, que debían pedir perdón el momento de la muerte; más que todo, les niegue la confesión y la comunión. Desconfiar que tenga éxito, y más bien dejará al tiempo, severo maestro que sabe traer grandes enseñanzas, mar el que con la secuencia de los hechos, la verdad de lo que se dijo. Por otra parte, el Diablo que andaba metido donde menos se piensa para hacer ver el poder de maldad que tiene para con el hombre en la tierra, se encargaría tarde o temprano "sacar los cueros al sol". Él, con ese deseo vehemente que tiene de darse cuenta el esquinazo con los hombres que se han enviado del verdadero camino del bien, en momento oportuno se les presentará el cuerpo entero para que imiten, porque eso y no otra cosa le conviene. Entonces se reirán de esta sociedad casquivana que fácilmente sabe fraternizar al vicio con la virtud. De esa sociedad que no supo prestar oído a cuando se ha dicho por la generalidad de todo un pueblo que sabe mirar con indignación similares procedimientos alejados de las buenas costumbres, y más que todo y sobre todo, alejados de los sagrados mandatos de la Iglesia.

Pasó mucho tiempo, tal vez el necesario para que se cree estar en el plano del olvido y nunca más acordarse de lo que la preocupación constante de un pueblo. La mayor parte de personas que vivían escandalizadas de similar procedimiento desvergonzado de la pareja, habían fallecido afectados en sus conciencias el más duro reproche por hecho tan inmoral; pero el día que profetizó tenía que llegar tarde o temprano, porque el mal por el mismo hecho que es algo que no está en armonía con las buenas maneras de un pueblo, tiene que producir un desequilibrio en sus relaciones; tal reflejándose en alguna manifestación exterior, como para que sirva de ejemplo a quienes pretenden alejarse del buen obrar. Y aquel domicilio que tras los velos de la santidad, la virtud y las conveniencias sociales,

Era en las primeras horas de la madrugada de un día que su noche anterior fue de luna tierna, que unas cuantas personas que por necesidad imperiosa venían desde el campo a la ciudad, al entrar a ésta por una de sus calles, divisaron entre el claro-oscuro del amanecer, unos dos animalillos en forma de perros tiernos, jugando abrazados, los mismos que inmediatamente que les vieron se alejaron corriendo para no dejarse coger. Era seguramente la hembra que iba llamando “Gagón, Gagón” al macho que contestaba “Cantagrí, Cantagrí” dirigiéndose y entrando luego a la casa de la conocida pareja de hermanos que decían “vivir maritalmente entre los dos…” Les causó mucha sorpresa ver que, por donde iba esa visión infernal, dejaba como huella de su paso un reguero de gusanos pestilentes que de no hacerse, inmediatamente que se vió la señal de la cruz, podía subir al cuerpo para provocar comezón insaciable y una terrible sarna que no curaría jamás.

Tradiciones y Leyendas , Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Núcleo de Bolívar, 1986.

 

Portada: Cortesía

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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